La agricultura llegó por primera vez a la península ibérica alrededor del 5.700 a.C. Sin embargo, los datos disponibles sobre la estructura genética y la evolución de las poblaciones en diferentes áreas geográficas de la Península desde entonces eran escasos.
Desde 2011, un equipo de investigación de más de 40 arqueólogos de distintas universidades, museos y servicios de patrimonio de Hungría, Alemania, España, EE UU, Portugal, Brasil, Austria y Suiza, ha trabajado en un proyecto para analizar los movimientos migratorios y las dinámicas poblacionales durante el último periodo de la prehistoria con 318 individuos de 57 yacimientos arqueológicos de la Península, Baleares y norte de África.
El ADN mitocondrial de 125 de ellos había sido ya objeto de otras publicaciones, mientras que el de otros 213 individuos ha sido analizado en el marco de este proyecto, constituyendo el conjunto de datos arqueogenéticos de la Península más grande recopilado hasta la fecha.
Los resultados, publicados en Scientific Reports, revelan que, a diferencia de la situación observada durante el Neolítico inicial y medio del centro y sudeste de Europa, las poblaciones de la península ibérica muestran una interacción mucho más compleja e intensa entre las sociedades cazadoras-recolectoras locales y las nuevas poblaciones del Neolítico que llegaron desde el Oriente Próximo.
Siempre se ha considerado que la colonización de la Península se había producido a través del Mediterráneo, pero, desde punto de vista genético, el trabajo apunta que los grupos que vienen del Mediterráneo son muy similares a los que vienen de Centroeuropa.
“En el periodo analizado, el único momento en que se observa una llegada relativamente masiva a la Península es en el Neolítico antiguo. Se trata de grupos cuyo origen es Oriente Próximo y desde el punto de vista genético son muy parecidas, si no idénticas, a las poblaciones de Centroeuropa. El origen es similar y homogéneo, y por tanto, son poblaciones que se expanden tanto por Centroeuropa como por el Mediterráneo”, detalla Manuel Rojo Guerra (izquierda), de la Universidad de Valladolid. Esta situación se observa particularmente en el estudio de los individuos de la cueva de Els Trocs, en el Pirineo oscense.
Una mezcla rápida e intensa
A diferencia de la situación observada durante el Neolítico temprano y medio en Europa Central y Sudoriental, las poblaciones de la Península muestran una interacción mucho más compleja e intensa entre los cazadores-recolectores locales y las poblaciones neolíticas recién llegadas desde Oriente Próximo.
“Estos neolíticos se mezclan pronto con las poblaciones locales, con los mesolíticos. Lo hemos visto reflejado con bastante fiabilidad porque en el neolítico medio y final, los haplogrupos (variaciones encontradas en el ADN mitocondrial humano o ADNmt) de la mayoría de individuos analizados, pertenecen a poblaciones mesolíticas y del paleolítico superior pero también a neolíticos”, subraya el rofesor Rojo.
Tumba de El Argar de la Edad de Bronce ubicada en la cima de una colina del yacimiento de La Bastida (Murcia), datada alrededor de 1850-1750 años a.C. / ASME-UAB
En la Península, los haplogrupos de ADN mitocondrial de los cazadores-recolectores aumenta ininterrumpidamente en relación a la distancia de la costa mediterránea. Los diversos nuevos haplogrupos de origen oriental se encuentran mezclados con los cazadores-recolectores locales.
“Aun así, también observamos la llegada de comunidades neolíticas relacionadas con los agricultores de la Europa central (llamados “grupos de cerámica de bandas”) al nordeste de la península ibérica, particularmente en el yacimiento funerario de Els Trocs, en el Pirineo central”, destaca Kurt W. Alt (derecha), del Danube Private University in Krems, Austria, e impulsor del proyecto.
La diversidad de los linajes de ancestros femeninos continúa durante la Edad del Cobre, cuando las poblaciones se vuelven más homogéneas. “Esto sugiere una mayor movilidad y mezcla en diferentes regiones geográficas”, comenta Cristina Rihuete-Herrada (izquierda), antropóloga y arqueóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
Un caso particular es la identificación de un individuo perteneciente al haplogrupo L1b en el yacimiento Camino de Las Yeseras, cerca de Madrid. Este grupo es casi el más frecuente actualmente en el este y centro de África, y apunta a una conexión con las costas del norte y este de este continente en tiempos prehistóricos. “Iberia era un crisol de influencias y poblaciones en el extremo occidental del Mediterráneo”, certifica Manolo Rojo.
A pesar de que el tamaño de la muestra de la Edad del Bronce es reducido, no se ha podido detectar la migración desde las estepas del este de Europa, identificada en el centro de Europa durante el tercer milenio antes de la nuestra era, en el pool genético de la Península.
“Ignoramos cuál pudo ser la cronología de la llegada de estas poblaciones procedentes de la región norpóntica y si este fenómeno guarda algún tipo de relación con el surgimiento de El Argar (2.200-1.550 años a.C), el primer estado o sociedad-estado del Mediterráneo occidental”, indica Roberto Risch (derecha), arqueólogo de la UAB.
Sepulcro neolítico medio de Szederkény (Hungría). Gentileza de János Jakucs Queda.
Pero todavía quedan muchas cuestiones por esclarecer. “La estrecha interrelación entre los procesos culturales y genéticos a nivel social requiere más análisis arqueogenéticos”, apunta Anna Szécsényi-Nagy (izquierda), de la Academia de Ciencias Húngara en Budapest, indicando la necesidad de continuar investigando en esta dirección.
“Las perspectivas son prometedoras, dado que el presente proyecto ha permitido recuperar información de ADN antiguo incluso en restos humanos del sur de la península, donde las condiciones climáticas no son favorables para su conservación”, añade Cristina Rihuete-Herrada.
Recientemente se ha presentado un análisis de mayor alcance realizado en paralelo a este trabajo y en estrecha colaboración con el Departamento de Genética de la Escuela de Medicina de Harvard y el Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana en Jena. “Las primeras poblaciones campesinas de Iberia, Alemania y Hungría son casi idénticos genéticamente, lo que sugiere que tenían un origen común con la de Oriente Próximo”, enfatizó Wolfgang Haak (derecha), del Instituto Max Planck hace dos años.
Fuentes: SINC | dicyt.com | natureecoevocommunity.nature.com | 15 de noviembre de 2017
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Autor/Editor: Crónica Nacional
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Fecha: November 16, 2017 at 12:10PM
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